La lucha de las ejecutivas latinoamericanas para crecer profesionalmente

Blanca Treviño tuvo que firmar una serie de documentos cuando la contrató su primer empleador después de salir de la universidad, a principios de los años 80, en México, y uno de ellos era una carta de despido. La carta debería quedar archivada hasta el día en que se casara. “Si se casa, será la dirección quien decida si tiene que aceptar o no la carta de despido”, dice Treviño. “No era algo exclusivo de mí, o de aquella empresa. El procedimiento normal en cualquier compañía era incluir la carta de despido en los documentos de contratación de las mujeres”.

Afortunadamente, Treviño nunca tuvo que escoger entre el matrimonio y el empleo. Ella dejó la empresa pocos meses antes de casarse. Pero 30 años después recuerda esa antigua práctica habitual como un ejemplo contundente del tipo de barrera a que las mujeres se enfrentaban en América Latina.

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